BIODANZA: SANANDO A MI MADRE



BIODANZA: SANANDO A MI MADRE

Por María Ignacia Solar

Al igual que con mi padre, el proceso de sanar heridas con mi madre no ha sido fácil. Sin embargo, durante 25 años he vivido con ella y llegó un momento en el que decidí hacerme cargo de mis dolores y expresárselos. Ya no quería seguir viviendo en actitudes de mentira junto a ella. Quería poder mirarla y sentirme en paz, cosa que hasta ese momento no conseguía sentir.

Mi gran tema han sido los golpes que recibí de mi madre y la huella emocional que dejaron en mí. Estudiando psicología entendí que cada golpe es una anulación de la vida, es decirte, en otras palabras, “no quiero que existas”. Imagínense lo que me dolió cuando lo supe, pero por otro lado sabía que mi madre no era una mala madre de corazón, por lo que podía suponer que sus actitudes y decisiones eran más bien inconscientes y automáticas. Ella aprendió a ser mamá por su propia mamá, ¿cómo la habrán tratado a ella?. Entonces comencé a empatizar, y esa fue la clave para acercarme desde el amor y no desde la rabia. 
Así, sigo mi proceso de sanación con ella, en donde la biodanza ha sido fundamental. En ese espacio he podido danzar de manera simbólica mis heridas corporales. Cada golpe deja una huella celular, que de a poco he ido resignificando y reparando a través de la danza y el contacto afectivo, en emociones nutritivas y de amor propio. 

Me veo mucho en ella, hasta nos parecemos físicamente. Hay muchas cualidades que admiro y aplaudo de mi madre. Siento que su vida ha sido durísima y ella una guerrera. Por eso mismo, la veía con una actitud muy a la defensiva en la vida; agresiva en su manera de comunicarse con nosotros, sus hijos. Desde mi experiencia, siento que fue muy violenta y eso durante mi primera infancia sembró varias inseguridades en mí. Hubo momentos en que le tuve miedo. Yo deseaba tener una relación abierta con mi madre, pero su forma tan rígida no me invitaba a acercarme como yo quería. Me guardaba un sin fin de historias que me hubiera gustado compartir, situaciones que vivía en el colegio, buenas y no tan buenas, anécdotas de adolescentes, pero sólo la sentía como la malhumorada y estricta y por lo tanto reprimía todo aquello que quería compartirle.
Siempre idealizaba nuestro vínculo, viéndome como su amiga, su confidente. Hasta que me di cuenta que eso dependía de mí, que no tenía que ser sólo un anhelo. 

Me acerqué, y procedí a contarle entre lágrimas, cómo me sentía, qué situaciones me habían marcado dolorosamente y cuánto quería que mi sufrimiento se acabara. Hoy ya van varias de estas conversaciones muy reparadoras y liberadoras, que me han permitido crecer y superar heridas junto a ella. 
Finalmente, además de conversar, necesitaba también encontrar la manera de sanar mi propio cuerpo de aquel dolor, ya que, aunque sus golpes ya no existían, yo seguía auto descalificándome y castigándome por ser como soy. La Biodanza me ha servido muchísimo como medio de liberación, me he reconectado con mi cuerpo, he fortalecido mi autoestima, ahora reemplazando los golpes por caricias y abrazos, lo que significa valorar mi vida y darme la oportunidad de volver a sentirme amada por mi madre.

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