NUESTRO NUEVO YO



NUESTRO NUEVO YO

Por Monica Lowick-Russell

Si conoces a mi hijo, me conoces a mí. Porque él es tan parte mía, que ya no me reconozco sin su existencia. Ya no sería yo, si él no estuviera. Mi ser se dividió en dos el día que él nació. Una parte mía se fue con él. Así que, si es que quieres saber quién soy, conócelo, quiérelo… y te reencontrarás conmigo.

9 meses un ser vivo creciendo dentro de tu cuerpo; 3 meses de ese llamado “cuarto trimestre” (cuando tu hijo ha nacido, pero no lo sabe, y nuestra tarea es ayudarlos a hacer la transición desde el útero al mundo); 6 meses (más o menos) de lactancia. El tiempo pasa, se fortalece el vínculo madre-hijo, y ese “yo no voy a cambiar” que declarábamos firmes cuando nos imaginábamos teniendo hijos, se desvanece cada vez más. 

Surgen nuevas responsabilidades y preocupaciones. El tiempo personal se reduce al mínimo (pero se disfruta a concho cuando se tiene). Ángeles aparecen para ayudarte (aunque a veces lo dudes, nunca estás sola) y personas con las que contabas, desaparecen (era el momento), otras se mantienen firmes a nuestro lado (gracias).
A veces golpea la soledad, o el cansancio, o ambos. Empieza a doler el paso del tiempo.

Cuesta amigarse con este cuerpo nuevo. Para muchas, entra en conflicto el dónde queremos estar y dónde nos sentimos obligadas a estar (sea cual sea tu preferencia). Fechas que antes esperábamos con ansias, ya no tienen tanta importancia. Lugares que disfrutábamos, ya no nos parecen atractivos. Entramos al mundo de los niños, con sus desafíos y gozos. Cambiamos paulatina e inevitablemente. 

Ahora ya no sólo somos pareja, somos padres. Ya no sólo somos profesionales, somos padres. Ya no sólo somos amigos, somos padres. A todo aquello que alguna vez fuiste, se le suma este denominador común; y por lo tanto cambia la ecuación. Creo que ser responsable de una vida exige una transformación, que no tiene por qué ser triste o aburrida, sino al contrario, es sana, alegre y emocionante. Y no significa que perdamos nuestra identidad o que debamos abandonarnos para dedicarnos exclusivamente a nuestros hijos. Al contrario, nos obliga aún más a buscar nuestra misión en esta vida, a trabajar por ser felices todos los días, por realizarnos como individuos, para ser un ejemplo y una inspiración. 

Nuestro denominador común de ahora en adelante es “ser mamá”, pero este título (privilegiado y orgulloso título) no es excluyente de todo lo que queramos ser y hacer en esta vida. Aunque cueste más que antes, siempre hay tiempo para dedicarlo a uno mismo, siempre hay tiempo para dedicarle a la pareja, siempre hay tiempo para cumplir nuestros sueños. Cada uno a su propio ritmo, con la claridad de lo que quiere en su vida, podrá adaptar las piezas para lograr todo lo que se proponga. Pero estar consciente crep que es la clave.
Cambiar es un proceso natural, saludable y necesario, en las distintas etapas de nuestras vidas. El cambio de piel no pasa a llevar la esencia, y al revés de lo que alguna vez creímos, es una bella oportunidad.

Para mí llega un momento en que debemos dejar florecer a la madre que nació en nosotras, aceptarla y dejar de mirar atrás, aunque cueste. Tomar consciencia de este proceso por el que, imagino, la mayoría de las mamás pasan, y abrazar los cambios (internos y externos), disfrutar el presente y amar a quién nos hemos convertido, sin ideas preconcebidas, sin expectativas, sin juicios. Entonces, voy redefiniendo quién quiero ser en mi nuevo mundo y cómo me moveré en él, siempre priorizando ser feliz.

La mejor parte es que, cada vez que ese niño te sonríe, todo tiene sentido. Y como nunca, la felicidad desborda… es la felicidad de ser mamá.

Comentarios

Entradas populares